Mi proceso diagnóstico

 ¡Hoy quiero hablar sobre mi proceso diagnóstico!

A los 26 años, mi neuróloga me recetó antidepresivos para tratar mi migraña crónica y mis síntomas depresivos.

Después de unos meses sin cambios ni en las migrañas ni en los síntomas, decidí ir a psiquiatría. Aunque llevaba tiempo en terapia psicológica, era la primera vez que iba al psiquiatra, y estaba nerviosa.

El día antes de la cita, preparé una lista en mi libreta con todo lo que quería contarle al médico:

  • Inestabilidad emocional.
  • Sentimientos de vacío.
  • Baja autoestima e inseguridad.
  • Estilo de comunicación pasiva y retraída.
  • Tendencia a la ansiedad, rumiación excesiva, anticipación ansioso y catastrofismo.
  • Fobias de impulsión violentas tanto a ella misma como a otros.
  • Tendencias autolesivas.
  • Obsesiones de contaminación con la comida.
  • Despersonalización y desrealización frecuentes. 
  • Desconexión profunda con sus emociones.
  • Problemas de rigidez mental y perfeccionismo.
  • Dificultad para identificar emociones (alexitimia).
  • Insomnio de despertar precoz y mantenimiento.
  • Tensión muscular y migrañas.
  • Tendencia al aislamiento y al abandono personal.

Cuando le expliqué todo, el psiquiatra me diagnosticó con Trastorno Obsesivo-Compulsivo (TOC) y Trastorno de Personalidad Obsesivo-Compulsivo (TPOC). Me recetaron la dosis más elevada de Sertralina y Deprax.

Me explicó que mis estados depresivos, o más bien apáticos, se debían a un exceso de pensamientos obsesivos que enfatizaban mi parte racional, alejándome y desconectando en consecuencia de la parte más emocional. Esta explicación le daba un sentido a algunas de mis dificultades y me sentí comprendida por un profesional por primera vez en toda mi vida.

Y, aún así, aunque la medicación ayudó un poco, empecé a sentirme desbordada emocionalmente.

Mi psiquiatra afirmaba que era una buena señal, ya que significaba que la medicación estaba funcionando y empezando a procesar las cosas, pero yo no era capaz de ser tan optimista. 

Entonces, en una consulta, le pedí mi informe para poder darlo a mi médico de cabecera y que la medicación me entrara por la seguridad social, y al leerlo encontré algo muy inesperado: “Posible Trastorno del Espectro Autista (TEA)”.

No entendía nada. Pensé:

  • “¿Cómo voy a ser autista si entiendo las bromas?”
  • “¿No me comunico bien?”

Después de negarlo repetidamente, un día lo hablé una amiga psicóloga, ella me comentó que ella sí veía rasgos autistas en mi. Por ejemplo, usar siempre el mismo tono de voz o entender las cosas de forma literal. Esto me hizo reflexionar y buscar información sobre mujeres autistas.

Encontré cosas que me describían perfectamente:

  • Sensibilidad emocional.
  • Problemas para identificar emociones (alexitimia).
  • Hipersensibilidad sensorial a la luz y el ruido.
  • Rigidez mental, preferencia por la soledad y enmascarar mis dificultades.
  • Problemas en la función ejecutiva, por ejemplo, para la organización, memoria funcional y completar tareas.
  • Hiperempatía.
  • Elevado sentido de justicia.
  • Movimientos repetitivos como mecerse, frotar las manos, mover la pierna, entre otros, para aliviar la ansiedad.
  • Problemas con la alimentación y texturas.
  • Inestabilidad social: problemas para mantener las amistades.
  • Agotamiento.
  • Sentimiento de no pertenecer o encajar.
  • Necesidad de mayor tiempo para adaptarse.
  • Intereses especiales intensos no tan peculiares.

¿Soy autista?

Hice una lista de síntomas que encajaban conmigo y cada vez me sentía más identificada, pero al mismo tiempo me preguntaba:

  • “¿Quién soy realmente?”
  • “¿Qué es lo que me gusta de verdad?”

Todo era un cambio demasiado repentino y abrumador, por lo que no supe como gestionarlo. Y entonces...

La crisis llegó.

Una noche, no podía dejar de pensar en todo esto. Me obsesioné tanto que no conseguía dormir, ni siquiera con medicación. Me sentía agitada, con ganas de gritar y llorar. Incluso con ganas de estamparme la cabeza contra la pared.

A las 6 de la mañana, cuando ya no podía más, desperté a mi madre y le pedí ir a urgencias. Necesitaba una respuesta.

En el hospital, me hicieron esperar más de 4 horas (las más largas de mi vida) y me dieron un diazepam para calmarme. Horas después, mi psiquiatra me visitó y confirmó que sí, podía considerarme una persona autista.

En ese momento, sentí un gran alivio. Todo empezaba a tener sentido.

Uno de estos días, se me ocurrió mirar mi informe de urgencias y vi algo que no me gustó mucho. Mi psquiatra borró todos los diagnósticos (TOC, TPOC) y pasé de tener un posible TEA a tener un probable TEA. Mi pregunta era: ¿Por qué probable y no simplemente TEA (o más bien simplemente autista)? ¿No estaba todo suficientemente claro? ¿No tenía ya el diagnóstico?

Su respuesta fue que "podría ser", pero que solo un profesional especializado podría confirmarlo, y él no hacía esas pruebas. Ni siquiera me derivó, lo que me dejó con la sensación de estar sola en un camino que ya de por sí era complicado.

Descubrí que debía ir a un neuropsicólogo/a, pero no sabía cómo. Por suerte, mi psicóloga conocía a alguien. El siguiente problema fue el dinero: las sesiones eran caras. Convencí a mi madre para que me ayudara, aunque ella no aceptaba el diagnóstico.

Con la neuropsicóloga, me sentí escuchada y comprendida. Incluso le enseñé un PowerPoint que había hecho sobre autismo (inspirado por Barbie, mi interés especial del momento debido a la película), y le encantó. Pasamos por varias pruebas, no solo para autismo, sino también para TDAH e inteligencia.

Finalmente, llegó el día de la última sesión. Estaba nerviosa, pero segura de lo que iba a escuchar: soy autista (con rasgos también de TDAH). Tener el diagnóstico me dio legitimidad; nadie podía negármelo, ni siquiera mi madre. Aunque su reacción fue decepcionante, algo cambió en mí: entendí que su palabra no define quién soy. Yo sé quién soy.

Este proceso duró de julio a diciembre de 2023, un tiempo intenso y complicado. Acudí varias veces a urgencias, falté a clases y prácticas, pero logré superar esta etapa y aprobarlo todo.

Hoy sigo descubriendo quién soy. Saberlo no hace que todo sea más fácil, pero es un paso importante. Estoy aprendiendo a darme tiempo y a aceptar que este camino no tiene un final definido. Lo importante es que ya he empezado.

¿Qué aprendí de esto?

  • Ponerle un nombre a lo que me pasaba fue clave para entenderme.
  • Pero recibir el diagnóstico sin acompañamiento puede ser muy duro.

Este es solo el inicio de mi camino hacia conocerme y aceptarme como soy, un proceso de descubrirme y deconstruir todo lo que había aprendido para encajar en un mundo que no me entendía. 


Es importante recordar lo siguiente:


Muchas gracias por leerme.
Bert.

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